Totti, un romántico

14.03.2016 17:07

Florentino Pérez, magnate español y presidente del Real Madrid, colgó el teléfono con fuerza y espetó un grito patronal. Al viejo de mierda, como hacía mucho tiempo no le pasaba, le tiraron los billetes a la cara. 48 horas después, Michel Owen llegaba al conjunto merengue. A esa misma hora, el hombre encargado de decepcionar a Pérez iba en bicicleta a comprar el pan, a la misma panadería de siempre. Al llegar, don Alessandro lo abrazó y le llenó la bolsa de costumbre. Al salir, respiró tranquilo, mientras recibía desde múltiples lados los saludos de una fanaticada agradecida; por todo lo hecho hasta ahí con la camiseta de la Roma, por negarse a partir al coloso blanco, por el futuro en conjunto… en definitiva, por haberse quedado en casa.

Respondió brevemente los saludos y comenzó a pedalear. No era la primera vez que rechazaba una oferta millonaria, el verde de Silvio Berllusconi mensualmente le mandaba mensajes, lo mismo Moratti, pero el ’10’ giallorosso nunca vio en Milán su destino. Sí es cierto que la posibilidad de irse a jugar con Zidane y Ronaldo lo tentó, y le rondó mucho tiempo en la cabeza, ya que de niño creció viendo el Bernabéu y la ‘quinta del buitre’. Pero el arraigo es el arraigo, y aunque en estos tiempos parezca un valor anacrónico, para él lo era todo: su ambiente, su vínculo, su identidad.

Nació en 1976, cuando el barrio era barrio, el hambre mordía los ojos, y el amor no tenía el filtro de lo inmediato. Así creció, viendo las manos gastadas de su babbo, que trabajaba horas extras para llevarle un chocolate, y una vez al mes irse de parranda a la ‘curva sur’ del Olímpico, a gritar por un equipo irregular pero al que no tuvo tiempo de cuestionar, porque lo quiso siempre, al igual que a la pelota. Fiorella, su mamma, le escondía la redonda, porque el cabro era flojo, no hacía ni la cama y pasaba callejeando por Porta Metronia, esa zona dura y peluda donde vivía. En esas salidas conoció el miedo, y de vuelta la valentía, ya que de pollo, te comían. También descubrió su lado malandra, a punta de piedrazos y vidrios rotos, ring ring raja y sacadas de chucha. Por supuesto, le rompieron el corazón, con una carta escrita a mano y el papelón del portazo en el rostro. Es que antes no existía este mariconeo de sufrir a punta de mensajitos de texto, era en vivo y mirándose a los ojos. Y mientras todo eso le pasaba, gambeteaba en el cemento y en la tierra, porque nunca coleccionó juguetes ni leyó libros, siempre vio y consumió fútbol, eso le palpitaba y era ahí donde realmente se concentraba. Encarando el día a día, amagando los escobazos de su vieja, llegaba a la cancha y fluía, sin respeto, sin reverencia, abiertamente insolente, como lo es quien hace lo que le gusta, como lo es quien se precia de creativo.

El partido de la sub12 del Trastevere estaba planchado; niños de 11 años jugando calcio, como se hace en Italia: táctico, sin grandes espacios, lloviendo patadas. Mocosos disfrazándose de hombres, en la estrategia, la pillería, y la pica. No hay otro lugar en el mundo donde en 70 minutos un partido de pendejos en cancha grande vaya 1-1. Y desde afuera, los técnicos aleonando a sus pupilos, dictando órdenes estrictas, alineando los movimientos. En el medio de una cancha desnivelada, y con menos pasto que colegio municipal, un flaco con cara de pájaro y ojos azules pensaba algo distinto. Las rodillas sangraban, hasta ahí poco y nada, pero se tenía fe. Uno que otro pelotazo, uno que otro pase hacía atrás, y no mucho más. Pero la ’10’ es más que un número, es una condición. De pronto, un zapallo cerca suyo; el grandote, hablador y mañoso, ya está pegado atrás de él; pero el flaco no arruga, mete la espalda y sin pausa hace del zapallo una de golf; pasa y sigue, esquiva una piedra; ahí viene uno lento que juega porque llega temprano y se saca buenas notas, quiebra caderas y chao con el pastel; sigue, amaga hacia la derecha, el arco se asoma, aunque no lo mira, no tiene necesidad; son 20 metros y dispara una bomba con esas cañuelas que parecen hilachas, pero que llevan dentro la fuerza del potrero y la técnica de haberle dado un millón de veces a la pared, en el juego y en la mente. 2-1. El joven italiano juega como sudamericano.

Un cazador ve la capacidad del muchacho y se acerca con el garbo estirado, orgulloso. Se presenta con el semblante de quien viene a solucionarle la vida y le dice: “Te he escogido para que vengas conmigo. Te voy a llevar a la Lazio”. El joven jugador no da crédito, lo mira y se caga de la risa. Ni siquiera le dio una respuesta. ‘Jamás voy a jugar por esos muertos’, pensó y se dio media vuelta. El muchacho podía estar desperdiciando la mejor oportunidad de su vida, pero la convicción de anclar su destino en el equipo que le era propio estaba escrita; por talento, por deseo inmenso.

Con 13 años ese volante que hacía tacos, pases filtrados y golazos, finalmente llegó al equipo de la loba, y no salió más.

Desechó la primera gran oferta, Lazio, porque se contradecía con su esencia vital: hacer lo que ama en el lugar que ama. Y una vez ahí, desechó todo el resto, cifras siderales y perspectivas deportivas mucho más ambiciosas que las que la Roma podría ofrecerle, y siempre por la misma razón… en realidad, por el mismo sentimiento.

Fue campeón con el equipo de su vida en la temporada 2000-2001, cuando le pusieron a Batistuta de 9 y él se floreaba en perspectiva y viniendo desde atrás. También ganó dos Copa Italia y otras dos Súper Copa de la Península. Sin dudas que nivel tenía de sobra para comandar una escuadra más poderosa, sin embargo, no quiso dejar de abrazar su tesoro; la rutina del día a día, sus amigos, el llevar su remera bendita y portar la cinta de capitán que lleva desde los 20 años; cinta tantas veces travestida, pero que él reivindica. Mal que mal, es ‘Il capitano’.

Hoy ya tiene 39, está próximo al retiro, y con él se irá buena parte del fútbol que muchos hemos mirado. Ya no es titular, pero cuando entra la cancha la pelota se divierte, y es imposible no dejarse llevar por el tiempo, los recuerdos, la historia y el fútbol mismo.

El gol a lo Panenka frente a van der Sar en las semis de la Euro 2000, su título mundial con la azzurra en Alemania 2006, su evolución de volante a media punta y luego a centro delantero; y por supuesto, todas las batallas libradas con la Roma, el equipo que decidió defender pese a los guiños del diablo y las diagonales hacía una cima predecible, pero ajena.

Viejo para los tiempos del fútbol, un nombre que suena a cassette; pero sabe jugar, y si va a la disco, obvio que la rompe.

Alguna vez dijo: “De haberme ido al Real Madrid hubiese ganado tres copas de Europa, dos balones de oro y muchas otras cosas, pero no me arrepiento”. Es esa fidelidad que ya no abunda, que Florentino y Silvio quisieron comprar, pero valieron tanto menos que pedalear alrededor de su gente. Son las palabras y el camino de Francesco Totti, un romántico. #BB

Fuente: https://www.barriobravo.cl

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